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Declive de la población de la mariposa monarca es una llamada de atención sobre el cambio climático

Mi infancia en Pacific Grove, California, me brindó la bendición de la exposición y la inmersión en la naturaleza que todos los niños merecen. Jugábamos entre imponentes secuoyas que parecían alcanzar el cielo.

Surfeábamos en la playa de Asilomar y nos maravillábamos de lo pequeños que somos en nuestro lugar en la naturaleza, pero de lo conectados que estamos todos. Y, un verdadero privilegio de vivir en Pacific Grove, fue que pudimos presenciar la migración de las mariposas monarca occidentales.

Esas mariposas monarca pesan sólo una fracción del peso de una pluma. Sin embargo, eran tantas cuando yo era niño que se doblaban y rebotaban en las ramas de los árboles al posarse sobre ellas por decenas de miles.

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Según Natalie Johnston, del Museo de Historia Natural de Pacific Grove, “los registros en Pacific Grove, incluso en la década de 1990, mostraban 45,000 monarcas, algo que no vemos hoy en día”.

Afirmar que esas cifras se han reducido significativamente desde entonces sería quedarse corto. Si bien antes veíamos decenas de miles de monarcas, la temporada pasada, Pacific Grove sólo vio 228. Un sitio en Santa Bárbara que vió más de 33,000 monarcas el invierno pasado, este año sólo vio 198.

La Sociedad Xerces para la Conservación de Invertebrados afirma que, a lo largo de la costa de California, 4.5 millones de monarcas invernaron en la década de 1980. Esa cifra se redujo a 1.2 millones a finales de los 90: 293,000 en 2015; 30,000 en 2019 y, en 2020, fue de menos de 2,000.

Y si bien factores como las sequías provocadas por el cambio climático probablemente han provocado la disminución de las monarcas migratorias en la costa de California, otras actividades humanas han provocado descensos similares en otras partes del país.

Por ejemplo, en la región norte del Medio Oeste, el uso de herbicidas ha provocado la pérdida de algodoncillo, planta hospedera esencial para las larvas de la monarca. En Iowa, la abundancia de algodoncillo se redujo un 58% entre 1999 y 2010. Como resultado, la reproducción de la monarca disminuyó un 81% en el Medio Oeste durante ese período.

Las cifras son alarmantes. Y ese es el tipo de matemática —una resta básica— que todos podemos entender.

En diciembre, el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos (FWS) propuso proteger a las mariposas monarca bajo la Ley de Especies en Peligro de Extinción. La agencia estimó que la población migratoria oriental de monarcas disminuyó cerca de un 80% en las últimas cuatro décadas.

En cuanto a la población occidental con la que crecí, ha disminuido más del 95% desde los años 80. Según el FWS, eso significa que las monarcas occidentales tienen más del 99% de probabilidades de extinguirse para 2080.

La caída en picado de las poblaciones de esta icónica especie y polinizador vital debería hacer sonar las alarmas. Esta es la crisis de extinción en acción.

Debido a que las especies suelen extinguirse a lo largo de muchos años, y que muchas de las especies que se extinguen no son las que vemos a diario, la mayoría de la gente no se da cuenta de que estamos en una crisis de extinción posiblemente peor que la que extinguió a los dinosaurios.

Un catastrófico impacto de meteorito y otros eventos naturales causaron esa extinción masiva. La extinción masiva en la que nos encontramos ahora —la sexta extinción masiva de la Tierra— está siendo causada por nosotros.

En circunstancias naturales, las especies se extinguen a un ritmo de entre una y cinco especies al año. Actualmente, el índice es de 1,000 a 10,000 veces mayor. Sin dudar, es un rango amplio. Pero incluso el límite inferior de ese rango es aterrador.

Los cambios causados por el ser humano en nuestro planeta que impulsan la crisis incluyen la contaminación, la destrucción del hábitat, como la deforestación, el uso de la tierra para la agricultura a escala industrial y, por supuesto, en el contexto de todo esto, el cambio climático.

Las dos crisis existenciales que enfrentan nuestro planeta y la humanidad —la crisis de extinción y la crisis climática— están estrechamente entrelazadas. El calentamiento global causado por la quema de combustibles fósiles agrava todas las amenazas que contribuyen a nuestra extinción masiva moderna.

Las altas temperaturas, por sí mismas, pueden influir en el declive de una especie. Y los expertos afirman que si no logramos reducir lo suficiente nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, podría producirse la extinción de entre un tercio y la mitad de todas las especies animales y vegetales.

Es hora de actuar. La solución a esta crisis comienza simplemente con que adoptemos un futuro más sostenible. Esto significa dejar atrás los combustibles que nos impulsaron el siglo pasado y completar nuestra transición hacia la energía limpia que ya impulsa a gran parte de Estados Unidos.

Al hacerlo, reduciremos la contaminación y podremos conservar y restaurar la mayor cantidad posible de tierra y ecosistemas, tanto terrestres como marinos. Nuestros hijos y nietos merecen el agua limpia para nadar y surfear como nosotros lo hemos disfrutado, y los bosques prístinos que nos conmueven y despiertan nuestro esplendor en la naturaleza.

Merecen un mundo lleno de criaturas de todo tipo; ser testigos de una abundancia de especies, cada una desempeñando un papel vital en los ecosistemas de los que todos dependemos.

Ben Jealous es director ejecutivo del Sierra Club y profesor de práctica en la Universidad de Pensilvania.

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Traducido por Gisela Orozco para La Voz Chicago

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